Que divertido era hacer planes,
soñar con el futuro
materializar lo que pensaba
construyendo imperios de felicidad.

Ahora ya no sueño,
ya no pongo expectativas en el mañana,
ni anclo mis deseos a su cumplimiento.
Porque esperar que algo suceda
es la receta perfecta para el sufrimiento.

Ahora prefiero disfrutar
el momento único en el que me encuentro,
ese instante irrepetible,
libre de juicios y expectativas,
libre de consecuencias y mañanas
que en un desapego total
muchas veces te sorprende
más allá de los aritméticos planes.

Ahora salgo a andar
simplemente para recibir el viento que revuelve mi cabello
sintiendo el frescor de su caricia en mis traslúcidas mejillas,
a la vez que comparo el momento de estar en casa
entre 4 paredes que me cobijan y
protegen las herramientas de mis expresiones.

Ambos momentos perfectamente opuestos
completamente perfectos.

¡¡¡Que disfrutable es no tener a donde ir
ni nada que hacer
ni con quien estar,
ahondando en la burbuja de la nada
que lo contiene todo.

Disfruto los encuentros con la risa
y con el dolor ajeno
donde tengo la oportunidad de compartir lo primero
y aligerar lo segundo.

He dejado de pedir
y mejor me detengo a observar lo que hay,
como ese hermoso atardecer que me persigue
para que encuentre las diferentes formas
en que las mismas nubes se acomodan.

He aprendido que los momentos más esperados…no llegan,
pero que si estoy atenta, llegan mejores aún
porque nunca sabemos lo que necesitamos
hasta que el universo nos demuestra
como iluminar nuestra verdadera sonrisa.

He aprendido que Dios no está afuera de mí
y por eso ya casi no le hablo,
porque eso que llamo Dios vive en todos lados
incluyendo mi interior
y sabe lo que mi inconsciente olvidó al tocar tierra.
Sabe lo que mi alma necesita y lo que agradece,
aún antes de tenerlo y sin necesidad de mencionarlo.

He desarrollado el don de la confianza absoluta
donde no existe el miedo,
porque sé que todo lo que me sucede es perfecto
aún si no alcanzo a vislumbrarlo.
Y si todo lo que me sucede es tan perfecto
para que preocuparse por ello.

He descubierto que la clave de la felicidad es simplemente
transformar cada momento en el mejor tiempo existente
abriendo las manos para soltarlo en cuanto se termine
provocando el fractal de felicidad siguiente.

Ahora sé que “el instante” es lo único que importa.
Que disfrutar cada uno sin el apego de retenerlo
es la libertad absoluta del ser.

Araceli Castro
Psicoterapeuta Transpersonal
Creadora de Des.P.I.E.R.T.A Formación de Terapeutas transpersonales

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